En el contexto de 1962, año incipiente de huelgas y movilizaciones obreras , Ramón Rubial siguió apuntalando las vigas, tanto del partido como del sindicato. Sobre todo cuando había otras formaciones de izquierda que renovaron su estrategia de oposición al régimen postulándose como el núcleo de la izquierda. Había que dialogar con los cambios y Rubial tuvo clara su estrategia. Una de las apuestas fue la de enlazar las federaciones socialistas del interior. Avelino Pérez, partícipe de la reestructuración de la Federación Socialista Asturiana, subrayó el empuje de Ramón y Juan Iglesias, Guridi, para lograr la unión de la federación asturiana con la vasca y su conexión con el la frontera francesa: “Es a partir de aquí cuando empecé a notar de cerca, no sin un cierto tabú, los nombres de Pablo y Guridi como personajes relevantes en nuestra lucha clandestina contra la dictadura. Poco después, en sucesivos desplazamientos, ya pude conocer personalmente a Pablo e ir analizando al mítico personaje, a Ramón Rubial. Lo que más me llamó la atención en él fue su gran interés y preocupación por la marcha y desarrollo de la organización en Asturias y la necesidad de que, desde Asturias, se atendiese la zona noroeste de Galicia, León y Palencia, muy especialmente las áreas mineras. La situación no era fácil. (… ) La integridad ideológica, perseverancia y autoridad moral de Ramón Rubial fue, sin lugar a dudas, una de las claves importantes de que el PSOE y la UGT no se debilitase o cayese en la atomización de otros.”
La figura de Pablo desprendía el espíritu necesario para seguir en pie, tal y como destacaba Avelino:“Se podían soportar tres o cuatro años de cárcel si compañeros como Ramón Rubial y otros había soportado veinte y seguían en la brecha”.
Entre el gran número detenidos que hubo en las huelgas de Bizkaia se encontraban los socialistas Ramón Rubial, Nicolás Redondo y Eduardo López Albizu. Tras ser retenidos en Larrinaga, fueron confinados al destierro durante tres meses: “Estando encerrado en la cárcel de Larrinaga, viene un guardia y nos dice: «Hay que salir para el destierro… A uno sí que le ha tocado mal sitio”. A mí me tocaba Las Hurdes. Me sacaron de allí sin ropa ni nada”. (Ramón Rubial, 1986). Nicolás Redondo fue deportado a Las Mestas, y López Albizu a Huércal-Overa.
Su familia ignoraba su detención:
Sobre el disimulo y la memoria en la clandestinidad
Lentxu cuenta cómo se enteraron
de su detención
Con la muerte de José Rubial, su padre, la familia se dirigió a comisaría para hacer volver a Ramón, al menos por un par de días, solicitando un permiso por defunción: “Una amiga mía se fue a la policía a hacer una gestión para poder localizar a mi padre. Contó que mi abuelo, un hombre muy mayor, se había muerto del disgusto por la detención de su hijo, y trajeron a mi padre desde Cáceres… La verdad es que, en aquella ocasión, se portaron muy bien con él, porque le dieron cuarenta y ocho horas de libertad sin vigilancia y, cuando se presentó a la Comisaría después del entierro, le dieron otras veinticuatro horas.” El permiso fue concedido, pero nadie advirtió a Ramón, que ya llevaba unos días en la cárcel de Cáceres todavía con la misma ropa con la que fue detenido en Bilbao, de la trágica noticia: “Una noche, mientras yo lavaba unos calcetines, porque seguía sin ropa, llegó un funcionario y me dijo: «Tiene que salir de aquí». Me metieron en un coche, sin más explicación, y me llevaron hasta Salamanca, donde me recogió otro coche policial que había llegado de Bilbao. «¿Sabe usted a lo que va?», me preguntan. Cómo iba a saberlo. «Póngase en lo peor», añaden. «Lo peor –les contesto- es que me peguen ustedes dos tiros…». Al fin, me cuentan el motivo del viaje: «Su padre ha muerto…»”. Mientras cumplía su destierro, Ramón Rubial estuvo alojado en Casa Modesta, la única fonda del pueblo de Caminomorisco. Allí, solía verse con Nicolás Redondo, confinado a 30 kilómetros de donde se encontraba Ramón; el cual mantuvo una relación agradable con las personas del pueblo, las cuales guardaron un buen recuerdo de él.
El 19 de junio de 1968, día en que se cumplía el 31 aniversario de la caída de Bilbao, el gobernador de la villa puso fin al destierro. Tres meses más tarde, los tres socialistas vascos regresaron a casa.
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