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“Francamente habría que situarse en el momento en que aquello se produjo para poder enjuiciar el hecho y decir con fundamento si la propensión a quedarse callados era preferible a hacer un gesto de sacrificio como lo hicieron los austriacos meses antes en febrero, con Dollfuss que poco a poco fue anulando todos los avances sociales que los austriacos tenían. Eso nos sirvió a nosotros de precedente. Pero aparte de eso, hubo un llamamiento al orden de Prieto, por mandato del Grupo Parlamentario Socialista, en pleno hemiciclo del Congreso a Alcalá Zamora, advirtiéndole que si daba entrada en el Gobierno a la CEDA que no había jurado la Constitución, el Partido Socialista declaraba la revolución. (…). El sacrificio que hicimos los socialistas por la libertad posiblemente nadie lo valora”.
Ramón Rubial nunca renegó de haber tomado parte en el levantamiento. En una entrevista a los 72 años, reivindicó el sentimiento que le impulsó a movilizarse:
“Yo he sido dentro del movimiento juvenil socialista un hombre al que le cautivaba la teoría de la insurrección armada, un enamorado de las revoluciones clásicas, en las que el poder era conquistado por un hecho insurreccional”. (Ramón Rubial, El Pais, 19 de febrero de 1978)
Los insurrectos erandiotarras estuvieron bajo las órdenes de Ramón Rubial. José Hurtado, recordaba cómo empezaron a dominar la situación y resaltaba las dotes de líder de Ramón: “Ramón era nuestro jefe, el que trataba con los de arriba. No creo que en ningún lado hubiera jefe tan respetado como Ramón. Lo mandaba Ramón, y hasta el final… Era demasiado bueno y tenía mucho corazón.” Ramón Rubial, que a sus veintisiete años ya era secretario de las Juventudes Socialistas de Erandio y miembro de la Comisión Ejecutiva del Sindicato Metalúrgico de Bizkaia, recibía las instrucciones que provenían de los jefes de la villa: “En Erandio se cumplían las consignas que yo recogía en Bilbao. Nadie sabía con quién hablaba; simplemente llegaban las órdenes y se cumplían. Mis contactos nunca los he rebelado, aunque no me importa decir que uno era el que luego sería último ministro de la Gobernación con Negrín: Paulino Gómez Saíz. Con Indalecio Prieto tuve poca relación”.
Los insurrectos de Erandio
Aunque estaban muy convencidos de sus objetivos y tenían una voluntad férrea, aquellos jóvenes rebeldes carecían de experiencia militar. Así lo destacaba el testimonio de José Hurtado: “La primera noche de la revolución aquella la pasamos en la Casa del Pueblo. Nos traen unas pistolas… Un desastre, una porquería. No mirábamos nada si estábamos metiendo la pata. Estábamos ciegos. (…) Ocupamos el pueblo. Los guardias de asalto pasaban por la ría… Aquí no había Guardia Civil. Hicimos una porquería de bombas, que luego fallaban. Yo cortaba los tubos… Levantamos las vías del tren… Gracias a un carabinero muy bueno, Vidal, nos enteramos de la llegada de los guardias de asalto y supimos también que estaba entrando el Ejército por el monte por los chicos de Erandio que estaban en Caballería”. (Ramón Rubial, 1986)
El arsenal de los jóvenes erandiotarras era muy rudimentario. El ejército, que no tardó en desplegarse por Bizkaia, sufocó por completo la sublevación. Ya de mayor, Ramón Rubial hizo un pequeño balance de lo acontecido: “Nos hicimos dueños del pueblo. Erandio ya tenía unos doce mil habitantes en aquella época… Los medios con que se contaba eran rudimentarios y con escasa potencia de fuego. Escopetas de caza y explosivos de marca casera confeccionados en talleres y fábricas. Su manipulación costó la vida a Wenceslao Simón, así como a otro hermano suyo, Nazario, torturado y muerto por un teniente de las fuerzas de asalto… La guía de la acción consistía en adueñarse del pueblo que se tenía asignado. Conseguido el objetivo, se debía organizar la marcha para la toma de edificios públicos de la capital. La columna no llegó a ponerse en movimiento por haber recibido una orden del Comité Revolucionario indicando que el personal se detuviera, un tanto oculto, en los lugares donde la orden había sido recibida. Más tarde llegó otra indicación para que nos replegásemos al lugar de origen… Tuvimos un contacto muy simpático y muy cordial con la fuerza de carabineros. Tan ingenuos éramos que no queríamos forzarles para que nos entregasen las armas, cuando en un instituto armado es inconcebible que un soldado no defienda el fusil. El teniente nos dijo: «No hagan ustedes eso, porque me obligan a mantener la disciplina por la fuerza y no quisiera disparar contra el pueblo…». Después de unos días de espera, el Ejército hizo su aparición y con una operación policiaca, tomó el pueblo. Un regimiento de Caballería al mando del comandante Gavilán, entró a saco en las viviendas, quemó los enseres de la Casa del Pueblo y se ensañó esencialmente con los libros de la biblioteca…” (Ramón Rubial, 1986)
Al igual que tantos otros que participaron en la insurrección, Ramón Rubial fue detenido. Pero el arresto se debió a su lealtad a sus compañeros. Su correligionario Hurtado contó todo lo sucedido: “Un día había un jaleo tremendo en la plaza del Ayuntamiento. Los policías, sin saber qué hacer. Querían quemar al alcalde, Benito Casal, que era de Reus, y había sido designado por el artículo veintinueve… Llega Ramón y me dice: «Oye, Josetxu, diles a esos idiotas que se larguen». Sacamos al alcalde, al juez, al secretario, medio a escondida, y cuando íbamos con ellos veo que alguien saca una pistola del seis treinta y cinco desde un escondite y pega un par de tiros… Acaba aquello y detienen a Rubial. Y me viene el padre a ver, para ver si podía hacer algo por su hijo, ya que uno de los policías vivía en la casa de mi abuela. Me fui junto al policía, se lo digo, y me contesta: «Vale, si me dices quién ha pegado los tiros, sacamos a Ramón». Yo lo sabía, sabía que había sido el piloto, pero no podía dar el chivatazo… Ramón se hizo responsable de todo y pagó por todos. De los detenidos de Erandio sólo condenaron a Ramón y a Gerardo Zárraga, que cumplieron en el Dueso hasta la amnistía del 36. Cuando los soltaron, el recibimiento en Erandio fue apoteósico, tremendo.”
La Vanguardia, 1 de noviembre de 1934. Detención de Ramón Rubial (“Simón Rubial”).
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